Ser mujer puede significar ser parte de una población vulnerable en contextos difíciles, como la migración en la que la salud sexual y la higiene femenina suelen ser menos prioritarias que necesidades de atención de emergencia.
Si bien iniciativas como la de Proyecto Mujeres ayudan a una pequeña parte de la población que vive en Venezuela, la escasez de alimentos e implementos para la higiene y las dificultades económicas, políticas y sociales del país, han provocado que aproximadamente 4.483.860 venezolanos y venezolanas hayan migrado, principalmente, a países de América Latina y el Caribe, acorde con los registros del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), para tratar de encontrar mejores condiciones para vivir.
Colombia ha sido el mayor receptor de migrantes y refugiadas y refugiados venezolanos, debido a que es la salida más cercana y accesible tanto para la población en tránsito como para quienes tienen vocación de permanencia. Actualmente, acorde a cifras de Migración Colombia, hay más de 1,4 millones de venezolanos y venezolanas en territorio Colombiano. Alrededor del 48% son mujeres, y más de 550 mil de ellas están en edad de menstruar.
Gran parte de los y las migrantes, refugiados y refugiadas provenientes de Venezuela han llegado a Colombia con necesidades relacionadas a salud sexual e higiene. Según un estudio de Profamilia sobre las necesidades insatisfechas en salud sexual y reproductiva (SSR) de la población, la mayoría de las mujeres y hombres están en edad reproductiva y requieren servicios de ginecología, urología, métodos anticonceptivos, planificación familiar, abortos seguros, entre otros.
Las mujeres migrantes y refugiadas venezolanas vienen de un contexto difícil dentro de su país, en donde tenían acceso limitado a productos y servicios necesarios durante su ciclo menstrual. Ahora, dentro del contexto migratorio, se convierten en un grupo aún más vulnerable, pues además la salud sexual y la higiene femenina tienen una prioridad no tan urgente e inmediata, como sucede con la asistencia médica de emergencia. Es decir, las mujeres migran y se ven expuestas a riesgos de protección por estar en un país desconocido, como por ejemplo a ser víctimas de violencia de género, explotación sexual con fines comerciales, trata y tráfico de personas, y violencia médica y obstétrica debido a su situación irregular y al no conocer los sistemas y procesos para acceder a los servicios de salud que requieren.
De acuerdo con Human Rights Watch “el acceso a instalaciones sanitarias limpias y recursos para la higiene menstrual son fundamentales para tener una vida digna y para la implementación de muchos otros derechos humanos, tales como el derecho a la educación, al trabajo y la salud”. Un acceso que hoy es prácticamente un imposible para las venezolanas migrantes y refugiadas más vulnerables.
Vivir en un contexto con acceso limitado a necesidades básicas para la higiene menstrual es la realidad que enfrentan Milagros Paez y Norlym Yanez, dos venezolanas que viven en Bucaramanga. Llegaron a Colombia el 20 de junio de 2019 tras un viaje de tres días y 1.888 kilómetros recorridos en varios autobuses desde Ciudad Bolívar, en el estado Bolívar, pasando por Valencia, Maracaibo, y luego cruzando la frontera por Maicao hasta llegar a su destino. Muy poco sabían de esta ciudad, solo que no era tan grande como Bogotá, la capital.
Quedarse en Venezuela se hacía cada vez más difícil. “Los alimentos eran más caros todos los días, el poco dinero que tenía no alcanzaba”, dice Norlym, además de la escasez de estos y la dificultad de encontrar trabajo, que hacían más complicado tener una vida digna.
En Bucaramanga no conocían a nadie. Llegaron a empezar completamente de cero. Gracias a los consejos de otros venezolanos supieron sobre la Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), una organización que entre sus servicios brinda ayuda humanitaria a los y las migrantes.
Milagros y Norlyn pasaron por ADRA. Allá las atendieron, revisaron su estado de salud general y les entregaron kits de higiene que contenían papel higiénico, un paquete de toallas higiénicas, pasta de dientes, jabón en barra para el cuerpo y desodorante. Si bien estos artículos les ayudaron a satisfacer una parte de sus necesidades básicas, su condición de mujeres migrantes y vulnerables requiere también de atención en salud sexual y reproductiva.
“Un paquete de toallas higiénicas claro que es bienvenido cuando llega la regla, pero así como al tener una pobre alimentación hay signos de desnutrición, la poca disponibilidad de otros productos para la higiene femenina, o la dificultad de acceder a lugares aptos con las condiciones óptimas de aseo para una buena higiene, muchas veces provoca la aparición de infecciones vaginales”, explica Alba Pereira, directora de la Fundación Entre Dos Tierras, una organización que brinda ayuda a migrantes, refugiados y refugiadas venezolanos y venezolanas en Bucaramanga. “Las mujeres muchas veces no pueden ir a baños limpios ni tener papel higiénico para limpiarse. Estas condiciones empeoran cuando las mujeres están menstruando y esto hace que adquieran más fácilmente infecciones en sus partes íntimas y las lleven durante mucho tiempo, porque por falta de dinero no pueden comprar medicamentos para tratarlas”, añade Alba Pereira.
Norlym trataba de asearse de forma constante y los productos y atención que recibieron por parte ADRA fueron de gran ayuda. Sin embargo con el paso de los días una fuerte picazón la obligó a buscar nuevas soluciones. Estaba muy incómoda, no se sentía bien, por eso con el poco del dinero que traía, compró una pequeña botella de vinagre.
Para ella, la decisión de comprar y usar vinagre está atada a los costos extras que implican el tratamiento de su infección vaginal. Mientras una botella de vinagre de 500 ml le cuesta poco más de un dólar, y puede durarle varios días, comprar una caja de tres óvulos de clotrimazol de 200 mg, para un tratamiento de un óvulo diario para acabar la infección, cuesta cerca de nueve dólares, que es la misma cantidad de dinero que invierte para los desayunos o almuerzos de cuatro días. A eso se suma que Norlym está desempleada y que cree que para acabar con su infección una sola caja de medicamento no será suficiente.
Si bien el vinagre suele ser usado para la picazón y como tratamiento para la infección, porque sirve para desinfectar, la realidad es que “no es efectivo porque, si hay infección ya sea por hongos o por bacterias, requiere antibiótico y/o antimicótico. El vinagre solo sirve para mantener el pH ácido de la vagina una vez que se ha tratado la infección”, afirma Silvia Plata, especialista en ginecología y obstetricia.
Milagros afortunadamente no ha presentado infecciones. En los primeros días de agosto le llegó la regla y tenía aún las toallas higiénicas que había recibido en el kit de higiene de ADRA, que le sirvieron durante los días de menstruación. Sin embargo, aparte del sangrado abundante, durante su periodo sintió fuertes dolores menstruales en el abdomen bajo, por lo que, tras llevar a sus hijos al colegio a las 6:15am, tuvo que regresar a reposar acostada hasta las 11:00 am., cuando se levantó para ir a recoger a su hija del preescolar.
Además, Milagros debe tener especial cuidado con la limpieza de sus órganos genitales, pues después del embarazo de Christian, su segundo hijo, “el papel higiénico me produce alergia, picazón, y por eso debo lavarme y limpiarme con agua y un jabón en barra”.
“La gente está saliendo de Venezuela para tratar de sobrevivir debido a la complejidad para acceder a servicios e implementos para la salud. Sin embargo, al llegar a Colombia siguen en un espacio de exclusión y discriminación” debido a que la salud sexual y “una respuesta con enfoque de género aún no es tan prioritaria”, expresa Selene Soto, abogada de Women’s Link Worldwide.
Las niñas y mujeres venezolanas que han salido de su país, entre muchas razones, lo han hecho debido a las difíciles condiciones de vida. “Entendemos que una de las razones porque deciden migrar es precisamente la falta de acceso a servicios de salud sexual y reproductiva en su país”, afirma Selene.
Según el informe Mujeres Al Límite 2019, aparte de la crisis de salud en el país, una de las razones por las que las mujeres no puedan acceder a “los servicios de salud requeridos para su bienestar son las limitaciones económicas. Por su parte, las condiciones del sistema de salud limitan también el acceso a servicios esenciales para garantizar su bienestar”.
Un claro ejemplo es que, según el informe, el 56,04% de las mujeres migrantes entrevistadas indicaron que su último chequeo ginecológico fue realizado hace un año o más antes de dejar Venezuela.
Las mujeres venezolanas, dentro de su país, son vulneradas en su derecho a la salud sexual debido a que, por los altos costos, ellas priorizan otras necesidades, y el Estado tampoco ha podido asegurar que accedan a atención médica.
“Es una línea de discriminación que continúa. La gente está saliendo de Venezuela para tratar de sobrevivir, enfrentando riesgos, aún más dependiendo de la manera en que salen – especialmente si son caminantes. Sin embargo, al llegar a Colombia, siguen excluidas ya que, por sus capacidades económicas limitadas, algunas mujeres tampoco pueden acceder a estos servicios e implementos que aseguran – una salud sexual y reproductiva digna”, dice Selene.
A pesar de que la menstruación es una función corporal natural de las mujeres, aún es un asunto que se trata con estigmas, y es un tema de salud pública “que no solo debería estar apartado para las mujeres, sino ser normalizado para los hombres también, porque no es algo que les pasa directamente a ellos pero que deberían conocer, así como cepillarse los dientes”, dice Madelein Rossell de Proyecto Mujeres.
En el contexto de la crisis humanitaria “la menstruación es un tema pendiente, es una deuda que tienen las agencias internacionales, que tienen los Estados de poder garantizar, en estos contextos de extrema vulnerabilidad de las niñas y las mujeres, que puedan llevar sus procesos biológicos y sociales con la mayor dignidad posible y con la mayor información para tomar decisiones sobre sus cuerpos”, afirma Estefanía Reyes de Proyecto Mujeres. De esta manera, al asegurarle a las mujeres migrantes y refugiadas el acceso a los servicios y atenciones médicas, y a implementos de higiene menstrual, se reducen los riesgos en su salud y también a seguir en un espacio de exclusión dentro de la dificultad del proceso migratorio.