Capítulo 2 + Mutar

“En Argentina pude materializar a Claudia” | Una historia de migración e identidad de género


La primera vez que oí hablar a Claudia Vázquez Haro fue el día de mi graduación. Ella pronunció su discurso desde el atril frente a un auditorio repleto que la escuchó pasmado. Era diciembre del año 2012 y hacía apenas cinco meses que Claudia había fundado la organización OTRANS. Días antes de ese discurso había recibido el Documento Nacional de Identidad Argentino, lo que la convertiría en la primera mujer trans y migrante en recibir el DNI, con una foto, un nombre que la representaba y el género que ella había elegido.

Tengo un recuerdo vago de su discurso: habló de su Perú natal, de la posibilidad que tuvo de estudiar en Argentina y le agradeció a la Universidad Nacional de La Plata, donde se graduó y donde actualmente es docente e investigadora. Lo que sí recuerdo de aquél día es el silencio que se hizo en la sala. La de los presentes (me incluyo) fue una mudez atónita, de sorpresa, como esos silencios que suceden ante un hecho que se sale de lo predecible. Si bien para diciembre de 2012 la Ley de Identidad de Género había sido sancionada hacía algunos meses en Argentina, ver a una persona trans y migrante pronunciar un discurso académico parecía ser cosa de otro planeta.

Fue también en el año 2012 que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos realizó la primera encuesta sobre población trans. Se trató de una prueba piloto que se hizo en uno de los municipios más habitados de la provincia de Buenos Aires: La Matanza. El estudio arrojó que la esperanza de vida de las personas trans era de 39 años. Solo el 64% de las personas encuestadas declaró que tenía aprobada la primaria mientras que el 2% dijo haber terminado el nivel terciario o universitario. Al ser consultadas sobre si realizaban actividades por las cuales obtienen dinero, el 70% dijo estar ejerciendo o haber ejercido el trabajo sexual.  Muchas personas trans encuentran en el trabajo sexual la única forma de subsistencia: el 87% de las personas trans lo dejarían si tuviesen otra posibilidad, según un informe de la Fundación Huésped y la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina (Attta). Muchas son abolicionistas: consideran que el trabajo sexual no es un trabajo, sino el resultado de la pobreza y la marginalidad. Claudia forma parte del privilegiado grupo que logró no solo llegar a la universidad, sino construir una carrera académica que incluye un doctorado. 

“En Argentina logré incluirme en un proyecto de vida en igualdad de condiciones, sobre todo en relación a poder ir a estudiar, poder trabajar como docente e investigadora, algo que no tiene que ver con la mayoría, que replica el estereotipo de la prostitución”, me contó Claudia siete años después del día de mi graduación. Volví a encontrarme con ella en el marco de una actividad política en la que participaba, coordinando una Comisión sobre Migrantes y Pluriculturalidad. 

Tenía la idea de que Claudia era una mujer de armas tomar, con carácter, plantada y segura. Esa mañana me sentía en las antípodas de lo que Claudia parecía ser. Estaba desarmada, vacía, vulnerable: el día anterior había vivido una situación de acoso en el tren, durante el viaje que tuve que hacer para encontrarme con ella. Nuestro encuentro sucedió en la Ciudad de La Plata, ubicada a unos 70 kilómetros de Buenos Aires, donde resido. Viajaba en tren junto a Gerónimo, mi hijo de ocho meses, cuando un varón de unos 40 años se sentó detrás de mi asiento y me comenzó a susurrar cosas como “mami, qué linda que sos” al oído. Luego se movió de lugar y se nos paró enfrente. Primero intentó tocar al bebé, cosa que logré evitar, y minutos después me pidió que le diera un beso. Lo único que pude hacer fue decirle: "basta... dejá de molestarme. Andate de acá". El acosador se dio vuelta, dándonos la espalda, y permaneció allí el resto del viaje. A la incomodidad del acoso se me sumó un enojo personal: el de haber callado. ¿Por qué no pedí ayuda o no grité?¿Cómo cuidar mi cuerpo y el del bebé ante la presencia de una persona que me resulta amenazante? Con estas preguntas en la cabeza, fui al encuentro de Claudia, cuya historia tiene mucho de romper los silencios que pesan sobre el cuerpo.

“Perú es una sociedad heteronormativa y podemos pensar que allí viví un exilio en el propio cuerpo. En ese marco, a la migración podemos entenderla no sólo como el viaje en términos de traspasar la frontera, en un sentido geográfico, sino como un salir de ese exilio socio corporal y encontrar acá, en La Plata, Argentina, no sólo el lugar de afincarme en términos geográficos sino también de materializar a Claudia”, cuenta. Mientras pronuncia estas palabras, su voz me lleva al acto de graduación, a aquel diciembre de 2012, cuando en el salón principal de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social recibí mi diploma de grado y juré ejercer la profesión con Memoria, Verdad y Justicia, consignas asociadas a la última dictadura militar argentina. 

En aquél acto de graduación estaban mi madre, mis hermanos y mi pareja Gustavo, con quien recién comenzábamos a salir. Gerónimo no estaba siquiera en nuestros planes. Aunque ahora mientras converso con Claudia en un pasillo del Colegio Nacional, Gerónimo duerme en su cochecito, mientras mi hermano lo hamaca para que no se despierte y mi madre nos mira desde el otro extremo del pasillo. La voz de Claudia me resulta familiar. Aunque ella no lo sabe, nos unen una serie de eventos significativos: hemos compartido dimensiones de espacio y tiempo que, al menos a mí, me han marcado. Nos une también el amor por la palabra.  

“La palabra me permitió poder poner en diálogo no solo mi historia de vida sino la de muchas otras personas trans y travestis. La palabra nos permite fortalecernos y ser interlocutoras válidas: no más ser leídas, no más ser habladas, no más ser personas con voz nula. El poder de la palabra es muy importante y sobre todo tomar la palabra en los espacios públicos. Eso es de vital importancia”, dice. Y yo lamento mi silencio, el de ayer en el tren. Pero entiendo también que tomar la palabra no sucede de un día para el otro. Como migrar, como la búsqueda de la identidad, como la generación de conocimientos, apalabrarse es también un viaje, una construcción.

“Me preguntaba siempre por qué en los diccionarios o en la Enciclopedia Larousse que yo leía en Perú no aparecíamos nosotras, las personas trans y travestis. Me preguntaba quién dice que somos personas enfermas”, recuerda Claudia mientras en el patio del edificio donde estamos se prepara el acto de cierre del encuentro político en el que participa. Ella habla como activista, como militante, como intelectual. Hay muchas Claudias en Claudia. “La pregunta que me hacía era siempre por el conocimiento: cómo se produce, dónde, quién lo produce. Entonces yo pensaba: tengo que ir a la universidad no solo para tener herramientas, para formarme, sino para transformar ese conocimiento. Esto que cuento fue un sueño, un deseo y el viaje a la Argentina implicó todo eso”.

Pienso en la Claudia que escuché en el año 2012, con su DNI, agradecida por las oportunidades que había tenido en Argentina. Y escucho ahora a una mujer que habla de deseos, de sueños, de viajar para construirse, para materializarse. Me pregunto entonces qué nos queda por delante. “Creo que si hay algo por lo que tenemos que seguir luchando es por transformar esta sociedad y sabemos muy bien que  la vamos a transformar desde los espacios políticos. Creo que el próximo camino es ocupar esos espacios políticos para tener voz propia, tener representación y para también tomar decisiones sobre una agenda trans, travesti, migrante y pluricutural”, comenta. 

Me despido de ella conmovida por sus palabras, por su forma de ver la vida, por su viaje. Caminamos unos pasos por el pasillo que fue el escenario de esta entrevista y mi madre se acerca. Le dice a Claudia que recuerda aquél discurso que pronunció en el acto de graduación. Y le agradece su lucha, su fuerza, su ejemplo. Mi hermano mira esa conversación también emocionado. Gerónimo acaba de despertarse de su siesta. Ojalá haya soñado con una sociedad distinta. Ojalá él sea parte de ese viaje. 

Gracias a Claudia por haberse brindado tan amorosamente para esta entrevista, a mi familia por haberme acompañado durante el trabajo de reporteo. A Lu Ortiz, mi mentora y guía en este viaje narrativo e interior, y a Nathalia Restrepo por ayudarme, café mediante, a editar el video que acompaña este artículo. 

Cecilia Toledo es Licenciada en Comunicación Social y periodista digital en Buenos Aires, Argentina. Colabora con varios medios de América Latina y con áreas de comunicación en organizaciones de derechos humanos. Vive con Gerónimo, su hijo de 11 meses, su pareja Gustavo y su gata Sartén.