Capítulo 1 + Partir

María, la maestra indígena que migró por un amor virtual

Fue en abril de 2015 cuando María se despidió de su familia. Salió de su casa con su hija Sofía y sus maletas, rumbo a una experiencia llena de incertidumbre. Con una revuelta en su mente y estómago, se armó de lo que pudo y se despidió de su mamá, su papá y de algunos hermanos, sin certezas de un retorno.

Ilustración por Gia Castello

María es una mujer indígena q’eqchi del norte de Guatemala, maestra de primaria bilingüe, orgullosa de sus raíces. Defensora de los derechos de las mujeres guatemaltecas y migrantes. Esa es María, quien en abril de 2015 decidió irse de su tierra ancestral para empezar de nuevo en una ciudad del estado de Jalisco, México, por amor: a ella misma, a su hija y a su pareja, a quien conoció – y aún conoce – solo virtualmente. Esta es su historia.

Crecer en Guatemala

María es del norte de Guatemala, de San Juan Chamelco en el departamento de Alta Verapaz. Desde que dejó su pueblo, no sabe si algo ha cambiado en él, pero los recuerdos los mantiene intactos. “Es un lugar muy bonito, en donde nos caracterizamos más por nuestras montañas, por nuestro bosque, porque Guatemala es el país de la eterna primavera”. Lo describe moviendo sus manos en el aire, mientras también me explica que en ese lugar están las grutas del Rey Marcos, donde, según la leyenda, hay un caudal de agua misterioso donde se cumplen deseos.

Ella sabe bien de lo que habla, conoce sus raíces. El pueblo q’eqchi o kekchí es uno de los 25 grupos étnicos que habitan Guatemala. Según el último censo  del 2018 el 44% de la población del país pertenece a alguna de las 22 etnias mayas, xinka, garífuna o es afrodescendiente. 

Para María, “su gente” es hospitalaria y receptiva: “Llegas a su casa, te invitan una taza de café, te invitan lo que tengan, una agüita de avena o una agüita de masa, que es lo que más consumimos allá”. Al hablar de su país, también recuerda las privaciones que sufrió en su niñez. Cuando no estaban estudiando, ella y sus hermanos ayudaban cosechando maíz y con la venta de pollo y tamales. “Nuestro sueño era comprar una camioneta para llenarla de frutas e ir a vender a la sierra, a las montañas, a los lugares más lejanos”, cuenta. 

Aunque no fue fácil combinar los estudios con el trabajo, María logró avanzar hasta graduarse como maestra de primaria bilingüe en q’eqchi - español, y también de inglés básico.

Dio clases en diferentes comunidades rurales durante dos años. En sus estudiantes vio reflejada su niñez, pues muchos de ellos en ocasiones faltaban a clases por ayudar a su familia. “El más travieso se volvió el más tranquilo y a veces que no iba, le preguntaba por qué no había venido y me decía “es que tuve que ir a trabajar al campo”. En Guatemala, 16% de la población de entre 4 y 29 años no estudia porque tiene que trabajar, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala de 2018. Más de la mitad, el 58.8%, se dedica a la agricultura, seguido de actividades comerciales, de alojamiento y servicios de comida.

La vida de María cambió al cumplir 19 años: se convirtió en madre soltera. El hombre con el que salía no la apoyó, la dejó cuando supo del embarazo. 

María tuvo a su hija Sofía en la última etapa de sus estudios y cuando terminó buscó trabajo, pero sufrió discriminación por ser madre soltera. “Sentía la impotencia ... porque al momento que te piden el currículum y tienes que poner cuántos hijos tienes y pues uno y que, si estás casada, pues no, soltera, entonces me cerraron muchas puertas”,  expresó.

Encontró un refugio en el lugar menos pensado: un curso sobre temas indígenas y mujeres fue un parteaguas en su forma de ser y vivir. “Me empecé a interesar más en la violencia contra las mujeres, porque la violencia no es solo golpes, sino también palabras; económicamente y con toda la presión que yo sentía, ese lugar fue una parte importante en mi vida”. Después de un tiempo, empezó a trabajar ayudando a mujeres que habían padecido algún tipo de violencia.

Se convirtió en una activista contra la violencia de género, un tema del que que no se hablaba en su comunidad. Entonces, empezó a ver situaciones de su propia vida con otra perspectiva: por ejemplo, su relación con el padre de su hija del que no volvió a saber, como un acto de violencia, por su abandono.

Abanderó causas y asesoró a sobrevivientes, hasta que llegó el caso de una amiga que había sido víctima de violación por parte de su pareja. “En ningún momento su familia la ayudó y cuando yo llegué a la casa de ella a recogerla, me fijé que tenía golpes en la cara, la tuve que llevar al hospital. Empezamos un proceso de investigación”, cuenta. María recibió amenazas por parte del agresor y tuvo que dejar el caso en manos de la trabajadora social, porque temía por su integridad y la de su hija.

Migrar por amor

María se enamoró por internet a finales de 2014. Fue en la red social Facebook donde conoció a Marcos, su actual pareja. “De hecho yo siento que todavía no lo he conocido, porque él no está acá,” cuenta. Con “acá” se refiere a México, el país natal de su pareja, a donde ella se mudó. “Él es de Jalisco, pero radica en Estados Unidos”, cuenta.

Marcos le envió una solicitud de amistad y ahí empezó todo: los buenos días, los mensajes constantes, la amistad virtual. “Entonces empezamos a platicar y a hacernos amigos y conforme fue pasando el tiempo como a los tres meses me dijo, “oye, yo sé que estoy muy lejos, tú estás muy lejos, pero yo siento algo por ti y te propongo que seas mi novia”. La propuesta sacudió a María. No respondió de inmediato, lo pensó y luego aceptó ese amor que le proponía un migrante mexicano en Estados Unidos. 

Dos meses después y a través de una videollamada, le propuso matrimonio. Me dijo “yo quiero que seas mi pareja porque eres muy linda, eres una persona muy trabajadora” y yo le dije “¡Ay no!”. Me sonrojé y me dije a mí misma: yo siento que quiere algo serio porque a pesar de que está a la distancia me lo propuso“, relata María con la misma emoción de hace cuatro años, cuando sin haberse conocido aún en persona le dio un sí por respuesta.

En un contexto de falta de oportunidades e inseguridad, María y su pareja planearon el viaje de ella y su hija a Jalisco, México. La decisión de María no fue única en un país con una alta tasa migratoria. En 2017, 1.117.355 personas emigraron de Guatemala, de acuerdo a cifras de la ONU, lo que supone que un 6.6% de la población del país vive en el exterior. Las mujeres eran más de la mitad de las personas migrantes, 50.26% del total.

Primero María intentó el trámite por la vía legal, “por el lado bueno” dice, pero este fue prácticamente imposible. “Mi pareja me estuvo apoyando en eso del trámite, papeles y todo a distancia, pero lamentablemente en la embajada mexicana me negaron la visa”. Intentó con la visa de turista, pero tampoco lo logró. 

Luego de varios intentos María se cansó del rechazo y llegó el desánimo, dejó de insistir. Durante todos esos trámites conoció a un taxista, quien sería clave en su ingreso a territorio mexicano. Un día “le dije al taxista: pues estoy tratando de irme a México y pues no me dan la visa, y me dice “oiga, yo he ido a México, yo tengo familia en México ¿y si se pasa por la aduana?””.

Lo volvió a intentar, esta vez siguiendo la sugerencia del taxista. Tramitó el “permiso fronterizo” que dura sólo tres días y que el taxista usaba para visitar a su familia en México. La primera vez no lo logró; se puso nerviosa y no pudo responder a las preguntas de los agentes de inmigración. Tuvo que ir a otra parte de la frontera para un segundo intento. Entonces, fue más ágil en sus respuestas.

María y su hija cruzaron – migraron – en abril de 2015, y desde entonces no han vuelto a Guatemala. El taxista manejó de la frontera sur hasta Chiapas, donde las esperaban dos familiares de Marcos quienes las llevaron en carro a Jalisco, en un camino lleno de sobresaltos e incertidumbre, había retenes y casetas de cobro. Durante el camino, María y su hija se hacían las dormidas para evitar que les dijeran algo, las bajaran o les hicieran revisión. “Los que venían manejando (tenían) temor de que les dijeran algo, de que estaban traficando personas y que los detuvieran por eso,” cuenta. 

"Es una cuestión de humanidad"

María llegó a México hace cuatro años, pero aún vive un proceso de adaptación constante. Debido a su estatus migratorio en el país, no puede acceder a muchas cosas, como tener un trabajo formal remunerado. La ley migratoria mexicana, en el Artículo 52, establece que un visitante sin permiso para realizar actividades remuneradas no puede acceder a un trabajo formal. “Esa es una de las limitantes que he encontrado aquí, y una vez una muchacha me dijo, “pues allá pudiste ser maestra y todo, pero aquí tu título no vale nada”. Y sí es cierto, tiene razón, pero yo sé que algún día haré que valga”.

Para evitar las limitaciones de ser extranjera en México, ha pensado adquirir la nacionalidad para ella y su hija cuando su pareja retorne de los Estados Unidos. Todavía no tiene certezas sobre cuándo sucederá. De momento, su hija no ha tenido problemas en la escuela, pero la directora le sugirió regularizar su estado y el de Sofía en el país.

La necesidad de regularizar su estancia en México se volvió más urgente para María hace algunos meses, luego de una situación que comprometió la seguridad de su hija de ocho años. Fue víctima de un intento de abuso sexual por parte de un adolescente, y aunque María interpuso una denuncia ante el Ministerio Público, no fue procesada como ella esperaba.
A partir de esa situación, Sofía empezó a ir al psicólogo y María decidió practicar box, como una forma de canalizar sus emociones. 

Seguir luchando

María no sucumbe ante lo que ha tenido que pasar para llegar hasta donde está. Ella piensa en el futuro, los sueños y la motivación de ir hacia adelante a costa de todo.Para la maestra q’eqchi, ha sido un sueño salir de su pueblo natal. Vivir en otro país, en otra cultura y también conocer a personas nuevas es un logro. Su hija Sofía es su fuente de inspiración.
Ahora sueña con regresar a las aulas a impartir clases o en formar parte de una organización dedicada a ayudar a las mujeres, como  lo hizo en Guatemala. 

Y también sueña con conocer a Marcos en persona. Hasta la fecha y después de cinco años de comprometerse, lo conoce sólo a través de la pantalla del celular. “Él trabaja de lunes a lunes, toda la semana o a veces solo descansa los domingos. Él también está de ilegal allá y pues no nos hemos conocido en persona, pero él tiene la emoción de venir y conocernos, de formar una familia, de seguir realizando sus sueños”. 

María es paciente con sus anhelos y tiene muy claras sus ganas de seguir levantándose cada vez que sea necesario. “No agacho la cabeza, porque cuando uno hace eso y ya terminaron contigo, ya te dieron jaque mate y no te levantas”.

*Los nombres de María, Sofía y Marcos se cambiaron para proteger la identidad de los protagonistas de esta historia.

Mayra Vargas es Licenciada en Periodismo. Vive en Jalisco, México. Ha colaborado con medios estatales, nacionales y de América Latina. Actualmente trabaja en un medio digital regional cubriendo temas relacionados a la ciencia, medioambiente, salud y cultura. Amor es libertad, café y chilaquiles en el desayuno.